Nuestro prójimo, una Navidad permanente
“El
mayor mal es la falta de amor y caridad, la terrible indiferencia
hacia nuestro vecino que vive al lado de la calle, asaltado por la
explotación, corrupción, pobreza y enfermedad.”
– Teresa de
Calcuta.
¡Feliz
Navidad y Año Nuevo 2015! Que regocijo tan grande nos envuelve en
estos días a todos los hombres de buena voluntad y a los cristianos,
cuando contemplamos la alegría de nuestras vidas: el Salvador. En
estas festividades hemos tenido la gracia de dejarnos sorprender, al
igual que los pastores hace dos mil años, por la humildad y el amor
de Dios. Y es que en estas navidades dos seminaristas hemos
peregrinado como los santos Reyes Magos hasta Roma, donde hemos
podido vislumbrar la estrella naciente de Cristo en los hermanos más
pobres y marginados, gracias a la ayuda de las Misioneras de la
Caridad de Madre Teresa de Calcuta.
En
los días en que hemos estado en Roma, Héctor y Roberto, tuvimos la
oportunidad de ayudar a las hermanas que atienden en su albergue a
más de treinta personas sin hogar. Cada una de ellas jugó un papel
importantísimo sin saberlo en nuestra formación como hombres y
futuros sacerdotes, ya que durante estos días también pudimos
ejercitarnos y combatir con nuestros egoísmos e indiferencias. Pues
a todos nos tientan los pecados del mundo, que como bien decía madre
Teresa de Calcuta y lo repite el papa Francisco, nos encierran en
nosotros mismos y no nos dejan ejercitar el amor, que es en
definitiva donde podemos encontrar el Amor, con mayúsculas.
Nosotros
ejercíamos algunas labores junto a las hermanas: servir y recoger
los alimentos en el comedor, fregar y limpiar las áreas comunes,
limpiar la ropa de las personas y algunas otras tareas. Junto a lo
poco que pudimos ofrecer se contrapone lo mucho que nos llevamos,
pues todavía recordamos con emoción ver cómo estas personas, cada
uno con su problema, no dejaba de ayudar a su prójimo. El ver cómo
se ayudaban los unos a los otros fue energía para animarnos en los
momentos más exhaustos del día y fortaleza para continuar la tarea
asignada.
Junto
a estos recuerdos, también traemos a la memoria el júbilo que nos
embargó al estar por vez primera frente a la Basílica de Pedro,
donde pudimos rezar por la santa Iglesia, por las vocaciones de
nuestra diócesis de Arecibo y para que los compañeros seminaristas
y yo sepamos llevar la Verdad a todos los pueblos sin miedo y con
alegría. Fue una verdadera alegría y una experiencia única el
celebrar la santa misa de Nochebuena con el Sumo Pontífice.
Agradecemos
a la Providencia la oportunidad que nos ha brindado y a las oraciones
de todos nuestros familiares y bienhechores que siempre nos
acompañan. También, gracias a Monseñor Lucio por la atención que
nos brindó, pues antes de partir de Roma pudimos ver por última
vez al Papa con la celebración de las Vísperas y el Te Deum; en el
cual dimos gracias a Dios por todos los acontecimientos del año que
terminaba y le pedíamos sabiduría y fortaleza para el que comienza.
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